3 de julio de 2005

Devastación

Este domingo ha sido para mí uno de los peores resacosamente hablando en lo que llevamos de año. Y es que claro, ayer era fiesta por aquí, y después del cenorro de turno (el segundo después del viernes) pues me fui con los amigos a tomar unas copichuelas por la zona. Que quien dice una copichuela dice tres. O cinco (vaya usté a saber).

El caso es que la noche fue magnífica (ligue incluído...¡¡viva la juventud!!) pero claro, siempre hay un pequeño precio que hay que pagar. Y es que esta mañana al despegar el primer ojo y hacer un rápido balance de mi estado físico general, enseguida caí en la cuenta de que eran varios los daños colaterales que se habían producido en mi maltrecho cuerpo serrano:

- El dolor de cabeza: inevitable cuando una se ha pasado con los jarros la noche anterior, así que no tengo más remedio que entonar un ’mea culpa’ y aguantarme, porque nadie me obliga a beber como una energúmena. Así que una pastillita de paracetamol y a esperar a que haga efecto. En fin, todo el mundo cuenta al menos con tener un mínimo dolor de cabeza cuando en una noche de desenfreno se pasa un poco con las copas. Y más aún si te vas a la cama estando trócola perdida, claro.

- Un ojo a la virulé: Al llegar a mi casa esta mañana tenía tantas ganas de pillar mi camita que apenas me desmaquillé (creo recordar que me lavé ligeramente la cara). Así que como últimamente me da por abusar de la sombra de ojos ’Maddie like’, cuando me desperté lo que debería estar en el párpado se había colado dentro del mismo ojo y apenas podía abrirlo. Aparte de tenerlo del color de la sangre y de que no me paraba de llorar. Todo un cuadro de dolor, vaya...

- Los pies destrozados: En principio mis nuevas y flamantes sandalias amarillas del Strafalarius han superado con muy buena nota la primera prueba de fuego, una noche entera de baile. Pero claro, después de la noche de baile hay que volver a casa, y esta vez me ha tocado hacerlo caminando, puesto que al ser fiestas ni había autobuses ni taxis disponibles. Así que, como el 90% de las veces, he llegado a casa a duras penas y caminando como el gran Gregorio de la Calzada, con el consiguiente ’enllagamiento’, ’extra-calentamiento’ y dislocamiento de mis pobres pies. Ahí es nada.

Y aquí me planto. Porque podría seguir enumerando más efectos secundarios, como la revoltura inicial y mañanera, la sed mortalísima, las vueltas que me dio la cabeza al intentar dormir la siesta, o la ansiedad que me ha entrado a la hora de cenar por comer algo salado, como jamón serrano o salsa a la marinera, por poner un ejemplo. Pero no quiero aburriros con algo que todos sabéis lo que es, además ya he cenado (y no puñados de sal, precisamente) y parece que las aguas ya vuelven a su cauce. Aunque preveo una noche con los ojos como platos, ya que me he levantado de la siesta a las 7 de la tarde.

Y ahora es cuando digo la mítica frase. A ver, todos conmigo: ¡¡No volveré a beber nunca más!! ...

Hasta el próximo finde, queridos míos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Te jodes¡¡¡ xDDD