Con dos tacones
Toda la vida he tenido una ligera obsesión por los zapatos de tacón, heredada directamente de mi madre.
Cuando era pequeña, me regalaron los típicos que iban con el vestido de sevillana. Siempre me acordaré de ellos, verdes con lunares blancos. Fastuosos. Y claro, yo me los ponía no sólo para disfrazarme de faralaes, sino en cualquier ocasión. Incluso entre las 12:30 y las 2 que iba a comer a casa del cole. Comerme las lentejas y el petisuí o no me daba igual, pero que me dejasen estar con mis zapatines de tacón era fundamental.
Y cuando digo zapatos, incluyo botas, botines y sandalias, claro está. Pero el caso es que siempre me ha fastidiado tener que ponerme zapatillas de deporte (excepto para hacer deporte, obviamente) o zapatos rasos cuando las circunstancias del guión lo exigen. Me siento enana, gorda y poco agraciada.
Eso sí, el mundo se ve distinto sobre unos zapatos de tacón...
Como consecuencia de mi filia puedo afirmar que tengo los pies más horribles del planeta, pero ese es un pequeño precio que tengo que pagar por medir siempre entre 5 y 15 centímetros más. Quiero decir con esto que podría apagar un cigarro puro en la planta de mis pies sin que notase nada, o caminar tranquilamente sobre brasas encendidas. Muy verídico todo.
Eso por no hablar de las veces que he llegado a casa con los zapatos en la mano o caminando como el gran Gregorio de la calzada. O cuando llevo todas las tiritas que vienen en una caja pegadas en mis pies. O lo del gran invento de las Plantillas Party Feet del Dr. Scholl (¡gracias!).
Mi última obsesión son los zapatos Louboutin. Ya sé que son muy caros y el hecho de que famosas como Christina Aguilera o Jessica Simpson sean adictas a ellos no quiere decir nada, porque también son adictas a la chapa y pintura o al agua oxigenada para el pelo y no por ello sigo sus dictados. Pero es que los Louboutin son de morirse del gusto.
Así que he conseguido una imitación muy aceptable en Ebay, la gran web de consuelo de los pobres. Mis Louboutin falsos vienen de Alemania y ponérselos es una experiencia basada en alegres torturas germanas como la Dama de Hierro de Nüremberg, o algo parecido. Muy ponibles, vamos. Tanto, que ya me imagino a S. caminando alegremente por la calle y yo correteando detrás, como ya me ha pasado en otras ocasiones.
Y como no encontraba el momento para estrenarlos (ni creo que lo encuentre, pero yo soy así de práctica en mis compras) lo he hecho hoy mismo, mientras pasaba la fregona en casa.
¿Es o no es eso glamour?
¡Con un par....! (de tacones)