14 de noviembre de 2007

Civitas urbi ver aeternum est


Cuando vivía en Ávila pasaba tanto frío que por las tardes, al salir de clase, solía meterme bajo el chorro de agua hirviendo de la ducha. Cerraba los ojos y dejaba que el agua caliente corriera por mi cabeza y por mi espalda, sin ni siquiera moverme, esperando a que desapareciese el entumecimiento y a la vez esperando a que todos mis problemas (que yo creía que eran muchos) fueran arrastrados por el agua y se escapasen con ella por el desagüe.

Aquella época me queda un poco lejos, y pese que ahora vivo en "la ciudad de la primavera eterna", por las tardes vuelvo a recuperar aquella fea costumbre de escaldarme con agua hirviendo hasta que los cristales del baño se quedan empañados. Y no porque pase tanto frío que necesite que la sangre vuelva a correr por mis venas, sino de nuevo como un ejercicio de purificación, para que toda esta melancolía se vaya por el desagüe.


Necesito no pensar.